Empezamos una sección nueva en el blog: ¡viajes! En este espacio podréis ver las lunas de miel de nuestras parejas y los viajes de nuestros amigos contados en primera persona. Si os gusta viajar tanto como a nosotras, aquí tenéis una pequeña fuente de inspiración para vuestras futuras escapadas. Así que hoy, en Callejeros Viajeros El sofá amarillo, la costa dálmata de la mano de Natalia y Marcos. 🙂
…
Nuestra luna de miel fue en Croacia y hoy las chicas de El Sofá Amarillo me han dado la oportunidad de contaros un poquito cómo fue, ¡así que estoy encantada de recordarla!
Lo primero que tengo que decir es que Marcos (mi marido) y yo somos lo que yo llamo turistas “vagos”. Nos horroriza pensar en pasar una semana entera tumbados en la playa, pero al mismo tiempo, una vez puestos a “patear” nos cansamos enseguida. Así que no sé qué será mejor… Somos más de admirar los monumentos locales sentados en una terracita descubriendo la cerveza local y saboreando las especialidades de la zona. Por ello, probablemente nos hemos dejado escondidos sitios alucinantes.
El plan de viaje era recorrer la costa dálmata de norte a sur en un coche alquilado. Llevábamos todo contratado por agencia, así que al llegar al aeropuerto ya nos estaban esperando para arreglar la documentación del coche. Si tenéis pensado alquilar un GPS, el precio ronda los 100 euros para una semana, así que como íbamos en plan relax decidimos tirar de mapa, como en los viejos tiempos, y fue todo un acierto. Está todo muy bien señalizado y no nos perdimos ni una sola vez (todo lo contrario a lo que nos ocurre cuando visitamos ciudades en España que conocemos de sobra…).
Bueno, nuestro recorrido empezaba en Pula, en el norte de la costa adriática. La verdad es que llegamos tan cansados del viaje que decidimos no visitar la ciudad y seguir hasta el hotel (primer ejemplo del síndrome del turista vago), que quedaba más o menos a una hora de coche. Lo cierto es que Pula tiene una pinta alucinante y os recomiendo que no sigáis nuestro ejemplo y la visitéis.
Foto
Teníamos que conducir hasta Lovran, un pueblo costero cerca de Rijeka, la capital de la costa de Opatija. Ya de camino íbamos alucinando con las montañas que cruzábamos y los larguísimos túneles. ¡Y las señales!
Lovran fue una sorpresa muy agradable. Era como sentirse en casa. A pesar de ser un país totalmente distinto al nuestro, la sensación era de una acogida muy buena y de estar al ladito de casa. El pueblo en sí no tiene gran cosa que ver, ya que la parte vieja es muy pequeñita y se reduce a unas cuantas calles. Pero la vista de la costa es espectacular, ya que las montañas acaban directamente en el mar (como en todos los lugares costeros de Croacia en los que estuvimos) y las playas son prácticamente inexistentes: suelen ser pequeñísimas explanadas de cemento o grava (gruesa, sí) al lado del mar. Por ello, mucha gente se baña justo al lado de los puertos deportivos que, en contra de lo que podáis pensar, ¡tienen un agua limpísima!
En Lovran nos alojamos en el Hotel Park Lovran, que nos encantó. Y la “playa” de la foto estaba nada más cruzar la calle.
En el norte de Croacia, todo el mundo prácticamente habla italiano, no sólo los trabajadores de los hoteles y restaurantes. También hablan alemán. El resto (inglés, español), como en todas partes, lo chapurrean para lo necesario.
Para no perderse en Lovran es una pizzería que estaba muy cerquita del hotel, que hace una comida italiana para chuparse los dedos (¡¡he vivido en Italia y pocas veces había comido pizzas tan ricas!!). Lo lamento, ¡pero no consigo recordar cómo se llamaba! He estado revolviendo todos los tickets que guardamos pero no tenemos ninguno de ese sitio. Podéis preguntar, ¡nosotros es lo que hicimos! También es más que recomendable el paseo marítimo, que va ininterrumpido hasta Opatija. Son unos ocho kilómetros, pero hay autobuses para volver. 🙂
Mientras estábamos en esta zona, visitamos el pueblo de Bakar, que nos encantó. Está a unos 30 kilómetros y se ve desde la autopista.
Es pequeñito, y la verdad es que se ve enseguida, pero merece la pena hacer una parada.
Luego seguimos camino hasta la isla de Krk, a la que se puede acceder en coche porque hay puente. No nos pareció nada fuera de lo normal, así que dedicamos el día a pasear un poquito por la capital y a tomar el sol.
En Rijeka no paramos, somos de espíritu libre y campestre y nos agobian un poco las ciudades, pero tiene muy buena pinta.
Un lugar que os recomiendo encarecidamente es el parque natural de los lagos de Plitvicka. Es un sitio alucinante, con lagos de un azul turquesa intensísimo rodeados de una naturaleza frondosa y verdísima. La pega es que hay que caminar sólo por dónde está marcado, con lo cual es una conga interminable de turistas, pero merece la pena verlo. Tiene algunos miradores desde los que se divisan las cataratas desde arriba, al igual que los lagos. Te deja sin aliento (también las escaleras que hay que subir para llegar al mirador :D). El parque es enorme y se podría hacer un viaje de varios días sólo para verlo entero y hacer rutas distintas, pero en un día podéis haceros una idea bastante buena de lo que es.
Para llegar al parque hay que salirse de la autopista y seguir una carretera rural durante una hora más o menos. Durante este recorrido nos impresionó encontrar las huellas de la guerra, que no habíamos visto en la costa. Los pueblos son muy, muy pequeños y muy dispersos, rodeados de unos bosques que parecen impenetrables. Vimos algunas fachadas sin reconstruir, con marcas de metralla. Nos llamó la atención que muchas de estas casas se veían pintadas, con flores en las ventanas y con signos evidentes de seguir habitadas, lo que nos hizo pensar que quizás el hecho de no tapar los agujeros dejados por las balas es una manera de recordar algo horrible por lo que no quieren volver a pasar, al menos ésa era nuestra impresión. Pero lo que más nos impresionó, sin duda alguna, fueron los recuerdos a los soldados, a menudo en las cunetas de la carretera, con fotos, flores e incluso sus cascos. La verdad es que te hace pensar.
Nuestra siguiente parada era Sibenik: como llegamos al final del día, nos dedicamos a buscar dónde estaba el hotel… o mejor dicho, el resort: nos dejamos aconsejar por la agencia y pasamos tres días alojados en un resort con no sé cuántos hoteles, restaurantes, tiendas de souvenirs y cuatro kilómetros de playa privada… Al principio nos dio un bajón tremendo, porque lo que nos gusta es estar en la ciudad y poder salir a cenar y a tomar algo por el centro para “saborear” un poco el ambiente. Pero bueno, también tiene sus cosas positivas: las piscinas, la playa de arena (artificial, ¡pero de arena!) y la tranquilidad, porque aunque no lo parezca, la gente está bastante repartida.
Como curiosidad, os diré que en la costa dálmata las carreras de burros son típicas, ¡y en el resort las organizaban por las noches para los huéspedes!
La ciudad de Zadar está cerquita de Sibenik, y es una cucada, aunque la palabra suene ñoña es la que mejor describe esta ciudad amurallada, pequeña y con un mar impresionante, para no variar. Es un anticipo de Dubrovnik, con las calles blancas y las piedras pulidas. Nosotros visitamos sólo la parte amurallada, la ciudad vieja. No os podéis perder el órgano de mar y el saludo al sol. Un pequeño tesoro: el mercadillo de antigüedades que encontramos nada más traspasar una de las puertas de la muralla en donde compramos una cámara de fotos que no sé cuántos años tiene y es ¡lo más de lo más!
La siguiente parada fue Sibenik, donde lo que más llama la atención es la fortaleza que preside la ciudad y desde la que se divisa un paisaje increíble. Las calles son laberínticas y tienen un encanto especial.
La siguiente parada fue Split, un poco más al sur y siguiendo nuestra ruta hacia Dubrovnik. Split sigue la línea de las ciudades costeras dálmatas: historia, blancura y encanto. La particularidad de Split es que la ciudad vieja, la parte amurallada se encuentra dentro de lo que era, en tiempos del imperio romano, el palacio de Diocleciano. Alucinamos de lo grande y lo bonita que era. Nos llamó la atención que en una de sus plazas los estudiantes se reúnen para ofrecer sus libros de texto (no sabemos si para vender o para intercambiar), así que era todo un mercadillo de libros de biología, matemáticas…
Después de Split, visitamos Trogir, otra pequeña ciudad de la costa, que sigue un poco la línea de las anteriores pero que no nos impresionó tanto, aunque es bonita también.
Y por fin, Dubrovnik.
Es importante decir que la autopista hasta Dubrovnik no está terminada, por lo que la última parte del trayecto se hace por una carretera regional, con algunas curvas más, pero que permite ver un poco más de “vida”. Pasamos por una zona de valles, donde había muchos puestos de frutas y verduras al lado de la carretera, y que nos recordaba a las mujeres gallegas que aún hasta hace pocos años, vendían en las ferias de los pueblos los productos de su huerta, sin más aparato que las cajas en el suelo y una balanza romana.
Otra cosa que llama la atención es que para llegar a Dubrovnik tenemos que pasar por Bosnia-Herzegovina. Después de la guerra, llegaron a un acuerdo mediante el cual Croacia cedía a Bosnia unos 20 km de su costa, para que pudieran tener una salida al mar. Por eso, tuvimos que pasar dos puestos fronterizos en media hora. Pero tranquilos, la cosa fue light: ni siquiera nos pidieron el pasaporte. Nos fijamos que solían parar a los vehículos más grandes, como camiones o furgonetas. El detalle te hace darte cuenta otra vez de dónde estás, al ver la parafernalia de policía, perros y demás, ahora que estamos acostumbrados a la “alegría” de la Comunidad Europea, donde podemos saltar de país en país sin que nadie nos controle.
La llegada a Dubrovnik es espectacular: entramos a la ciudad desde lo alto, divisando el paisaje de islas, el mar azul y los tejados rojos, que nos hizo casi casi pasar de ir al hotel y salir corriendo a verlo todo (nos contuvimos, sobre todo pensando en la posibilidad de darnos una ducha).
En Dubrovnik nos alojamos en la zona de Babin Kuk, que por lo que pudimos ver, es donde se concentra la mayor parte de los hoteles. Nosotros estábamos en el Tirena, que aparentemente formaba también parte de una especie de complejo, pero decidimos no investigar la posibilidad de playa, porque queríamos dedicarnos a patear la ciudad. El único inconveniente de este hotel es el aire acondicionado, que es como el viento del círculo polar ártico y no tiene término medio: o lo pones o lo quitas. Desde esta zona hay autobuses cada 10 o 15 minutos hasta el centro de la ciudad y se tardan solamente unos 10 minutos.
Dubrovnik es indescriptiblemente bonita. Desde el momento en el que bajamos del autobús enfrente de una de las puertas de la muralla nos quedamos boquiabiertos. Como era tarde, decidimos tirar la casa por la ventana y comer allí mismo, en un mirador directamente sobre los acantilados, desde el que se veían la muralla y la fortaleza. Podéis daros el capricho. 🙂
Esa tarde la dedicamos a callejear, y de nuevo, al cruzar la puerta de la muralla, nos quedamos embobados: como os he dicho, las ciudades que habíamos visto anticipaban un poco lo que es Dubrovnik, con una piedra muy blanca y muy pulida por el uso. La parte vieja de Dubrovnik es todo así y, además, perfectamente conservado y limpio.
De las calles principales salen callejuelas estrechas en cuesta, con escaleras, flores y ropa tendida por las que apetece perderse.
Otra cosa que nos llamó la atención fue que en muchos sitios tenían mapas que explicaban los bombardeos de 1991 y 1992. La ciudad quedo prácticamente destruida, pero si no supiéramos que ha sido así, no lo notaríamos, porque está todo perfectamente conservado.
Toda la ciudad tiene rincones que te dejan sin respiración: por ejemplo, una de las puertas de la muralla da directamente al puerto y te encuentras de golpe con la vista de los barcos pequeños y detrás todas las casas que se apiñan por la ladera de la montaña.
De verdad que me encantaría poder transmitiros lo que nos gustó, pero me parece que es uno de ésos sitios que hay que ver y vivir. Lo que no os recomendamos es el acuario, porque la verdad es que es muy pequeño y un poco cutre.
Nuestro segundo día en Dubrovnik lo dedicamos a recorrer las murallas. Un poco cansado, pero merece la pena por las vistas.
El aeropuerto está a una media hora de Dubrovnik, por una carretera de costa bastante sinuosa, por lo que es aconsejable salir con algo de tiempo. Como os dije al principio, no os perderéis, porque está todo muy bien señalizado.
Nuestro viaje duró 8 días, por lo que no nos dio tiempo realmente a ver todas las cosas que nos hubiesen gustado. Por ejemplo, nos hubiese gustado ir a la isla de Krka, pero no lo hicimos por falta de tiempo, ya que teníamos que coger el ferry y luego recorrer la isla en coche, con lo cual probablemente nos hubiese llevado todo el día. Quizás también hubiésemos visitado el parque natural de Krka, que es el único en el que permiten bañarse.
Nos da la impresión de que Croacia es también una buena opción para los amantes de la naturaleza, porque tienen muchos parques naturales y desde luego, la vegetación es espectacular.
Si os decidís a ir, tenéis que tener en cuenta que necesitáis pasaporte (a nosotros al principio nos dijeron que no en la agencia y el día que fuimos a buscar los billetes nos dijeron que hacían falta. De todas formas, suelen hacerlo en el momento, y además nos hicieron una especie de “justificante/certificado” en la agencia conforme teníamos el viaje reservado y nos hacían falta con urgencia).
La moneda es la kuna, y un euro son más o menos 7 kunas. Los precios están bastante bien, nosotros gastamos algo menos del presupuesto que teníamos. La gasolina cuesta lo mismo que en España, pero comer es más barato.
…
Mil gracias por contarnos vuestro viaje, Natalia. Ya tenemos ganas de empezar a planear las próximas vacaciones. 🙂
¡Un besito y feliz lunes!
Natalia says
Por cierto, he encontrado una foto donde sale el nombre de la maravillosa pizzería de Lovran: Oaza. Por si os coincide... 🙂
El sofá amarillo says
¡Genial! Yo quiero volver ya. 🙂